Discurso del Ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, Serguéi Lavrov, en la 31ª reunión del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la OSCE, La Valeta, 5 de diciembre de 2024
Gracias, señor Presidente,
Damas y caballeros,
Es curioso, pero exactamente hace 35 años se celebró en Malta la famosa cumbre que, según los historiadores, marcó el fin de la Guerra Fría y “abrió una era de paz duradera y cooperación” entre Occidente y Oriente.
Se avecinan también otros aniversarios: apenas unos días nos separan del 50º aniversario de la firma del Acta Final, cuyo propósito fue eliminar para siempre la amenaza de guerra en Europa, un continente que había sido cuna de una de las civilizaciones más grandes, pero también escenario de los conflictos más devastadores en la historia de la humanidad.
En 1975, en Helsinki, el principio de indivisibilidad de la seguridad se puso en el centro de los esfuerzos por superar la confrontación: la seguridad de uno es la seguridad de todos; nadie fortalece su seguridad a costa de la seguridad de otros; ningún país u organización pretende el dominio en Europa. Se proclamó el carácter integral de la seguridad que tiene dimensiones políticas y militares, económicas y de las Humanidades. Naturalmente, todos juraron solemnemente adherirse al consenso - el principio fundamental de la OSCE.
Entre la Conferencia sobre la Seguridad de 1975 y el día de hoy hay una distancia enorme, un abismo. El avance hacia la implementación de los principios inquebrantables para los que se organizó aquel foro y que todos nosotros nos comprometimos a cumplir estrictamente (independientemente de la pertenencia a otras organizaciones internacionales), primero, se detuvo y luego se revirtió con el propósito de imponer un “orden basado en reglas” —ideológicas, políticas, militares, económicas y de valores.
La vida puso de relieve que para la OTAN y la UE los principios de Helsinki son “papel mojado”. Consideran un lastre respetarlos y aplicarlos, pero obligan a otros a cumplirlos selectivamente, solo en la medida en que sirvan a los intereses de Occidente. Declarar a Rusia como una amenaza y seguir una política rusofóbica se percibe como una indulgencia para eludir la responsabilidad por las violaciones más flagrantes del Derecho Internacional.
La determinación de Occidente de imponer su hegemonía neocolonial a cualquier precio se materializó en la agresión de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, con el desmembramiento de un Estado en el centro de Europa, y ahora, en el conflicto ucraniano, librado para debilitar a Rusia y causarle una “derrota estratégica” en el campo de batalla.
En su momento, el espíritu de Helsinki se convirtió en una especie de barómetro de distensión. Las herramientas de control de armas estaban destinadas a ser un fundamento sólido, comenzando a elaborarse a finales de los 1980. El objetivo fue garantizar una mayor seguridad con menos recursos, mediante la eliminación del legado material de la Guerra Fría y el fortalecimiento de la confianza mutua, dejar de malgastar enormes recursos en el riesgo de un enfrentamiento militar absurdo y autodestructivo, y unir esfuerzos para enfrentar desafíos y amenazas transfronterizas.
Este rumbo se codificó en el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, el Tratado de Cielos Abiertos, la creación del Foro de Cooperación en materia de Seguridad, el Programa de Acción Inmediata y otros documentos fundamentales de la OSCE, que regulan diversos aspectos del desarrollo de las Fuerzas Armadas y el comportamiento en el ámbito militar.
Sin embargo, EEUU y sus aliados han arrojado todo esto a la basura, al igual que los Tratados sobre defensa antimisiles y misiles de alcance medio y más corto. La pregunta es: ¿para qué? La respuesta es obvia para nosotros: para devolver a la OTAN al escenario político. Después de la vergüenza en Afganistán, se necesitaba un nuevo "enemigo unificador". Como resultado, se reencarnó la Guerra fría, pero ahora con un riesgo mucho mayor de que pase a una etapa "caliente". Fronteras enredadas con alambre de púas, fosos antitanque, la formación de una "cola" por el derecho a recibir en su territorio tropas extranjeras (preferiblemente estadounidenses) es un ideal de seguridad para quienes se declararon "países cercanos al frente" en la lucha contra la "amenaza rusa".
El mismo destino poco envidiable lo tuvo la dimensión económica y ecológica de la OSCE, que debería haber sido un mecanismo para armonizar los intereses de todos los Estados partes. Sin embargo, Occidente, despreciando los principios de la OSCE, optó por suprimir a sus competidores con métodos de coerción económica y social, imponiendo sanciones arbitrarias contra Rusia, Bielorrusia y cualquier otro país que se atreva a defender sus legítimos intereses nacionales.
Las cosas son aún peores en el tercer "cesto", que está lleno de "valores" seudoliberales sin ningún consenso. En general, el tema de "valores" también se ha convertido en una herramienta de dictado. Las tareas fundamentales: promover la tolerancia y el diálogo intercultural, el acceso a la información, combatir manifestaciones de neonazismo, islamofobia y cristianofobia, proteger los derechos de las minorías étnicas y religiosas - todo esto ha sido eliminado de la agenda de la Organización.
Los países occidentales, la presidencia, el Secretario General y todas las instituciones de la OSCE que se preocupan por los derechos humanos en cualquier ocasión, guardan un silencio sepulcral, observando las acciones del régimen nazi de Kiev, que desde 2017 aprobó una serie de leyes que eliminan el idioma ruso en todos los ámbitos: la educación, medios de comunicación, la cultura, el arte, y prohibió recientemente la Iglesia Ortodoxa Ucraniana canónica. Y todo eso pasa, a pesar de que el artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas exige respetar los derechos lingüísticos y religiosos de cada persona. Sin embargo, los líderes de la UE solo afirman que el régimen de Vladímir Zelenski defiende "valores europeos". Es el reconocimiento de la culpa, el reconocimiento de que el racismo es hoy un "valor europeo".
Parecería que en la coyuntura actual de cambios profundos en la configuración de las fuerzas mundiales, la OSCE podría ser uno de los puntos de encuentro de los intereses de todos los miembros del espacio europeo. Sin embargo, a nadie en esta sala se le ocurre utilizar la OSCE para estos fines. A los miembros de la OTAN y la UE - porque han empujado a la OSCE "al margen" de los procesos políticos con sus acciones, y a nosotros y todos los demás - porque tal OSCE carece de sentido. En la política real, en la OSCE no queda lugar para la cooperación ni para la seguridad.
No queda ninguna área en que la OSCE pueda desempeñar algún papel más o menos útil en la búsqueda de respuestas a preguntas directas que sean de su incumbencia. ¿No cae dentro de la competencia del primer y segundo "cesto" la investigación del ataque contra el gasoducto Nord Stream? ¿No preocupa a las instituciones de nuestra una vez respetada organización la revocación de los derechos de las minorías nacionales, la prohibición de todos los medios de comunicación en ruso en Ucrania? ¿Quizás los dirigentes de la OSCE pidan al régimen de Kiev que publique los nombres de aquellos cuyos cuerpos fueron cuidadosamente colocados en las calles de Bucha en abril de 2022 y presentados al mundo por los corresponsales de la BBC que estuvieron allí tan oportunamente? Lo solicitamos muchas veces tanto a los periodistas acreditados en la ONU como al Secretario General Antonio Guterres. Ellos apartan la mirada vergonzosamente. ¿Quizás, la OSCE pueda ayudar a descubrir la verdad? Después de todo, a partir del período de la misión de observación especial tuvo relaciones especiales, aunque no del todo legítimas, con el régimen de Kiev, cuando esta misión encubría sus crímenes.
Occidente, con el uso de diversas artimañas, privatizó la Secretaría de la OSCE (así como los organismos ejecutivos de la ONU y muchas otras organizaciones multilaterales). Nunca respetó el principio del consenso, comenzando a destruirlo hace décadas. Primero, en forma de una excepción aplicada al trabajo de la Oficina de la OSCE para las instituciones democráticas y los derechos humanos bajo el lema de una "autonomía" no consensuada por nadie. Luego, abusando de los atavismos de los mecanismos de Viena y Moscú, creados en la época de "sonrisas y abrazos", que resultaron ser completamente falsos, como ahora es evidente para todos.
Entre los ejemplos recientes está una burla indignante de la presidencia danesa del Foro de Cooperación en materia de Seguridad en relación con las reglas de procedimiento universalmente acordadas. En la misma línea está el desprecio a las funciones del Presidente en ejercicio de la OSCE, cuando en el último momento se anuló la visa a la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, María Zajárova, para participar en la reunión de hoy.
Otro truco para socavar el consenso es la renuncia a acordar las reglas de financiación de proyectos extrapresupuestarios. Los países occidentales simplemente destinan fondos para actividades de confrontación que les resultan beneficiosas, sin consultar a otros Estados, y la Secretaría obediente les cuelga la "etiqueta" de la OSCE.
Quiero advertir seriamente: la OSCE existe mientras exista el consenso, mientras cada Estado tenga garantías de que se toman en cuenta sus intereses. Ahora no queda ni consenso ni garantías.
La OSCE es víctima del rumbo hacia la subordinación de Europa a Estados Unidos mediante conceptos de seguridad euroatlántica. A Washington no le es suficiente una sola OTAN y una sola Europa. Aplastó con su peso tanto a la UE como a la Secretaría de la OSCE. Pero no es el límite: la Administración de Joe Biden está desplazando la infraestructura de la OTAN hacia la región de Asia Pacífico, donde están formándose alianzas militares, hasta con armamento nuclear. Se celebran con más frecuencia ejercicios militares con la participación de la OTAN en el Mar de China Meridional, el Estrecho de Taiwán y alrededor de la Península de Corea. Es evidente un intento de desestabilizar todo el continente euroasiático.
No podemos permitir la repetición en la región del Asia Pacífico de las tragedias de muchos países en diversas regiones, desde Afganistán hasta Haití, cuando Tío Sam intervenía, causaba estragos y luego observaba lo que sucedía, obligando a otros a limpiar después de él. Creemos que el principio de que "problemas regionales necesitan soluciones regionales" no tiene alternativa para Eurasia. Los países del continente deben determinar su propio destino. El curso objetivo e implacable de la historia obliga a los políticos responsables a pensar en el futuro de sus pueblos. Además de consideraciones ideológicas que interesan tanto a los neoliberales, es necesario tener en cuenta los intereses cotidianos de los electores, como cuando el costo de la energía en Europa es tres o cuatro veces más alto que en EEUU. La región euroatlántica está perdiendo su estatus de locomotora del desarrollo mundial. EEUU utilizó a Europa y ahora está trasladándose a la región del Asia Pacífico en busca de extraer la máxima renta neocolonial de allí.
Hoy en día, los principios de igualdad soberana de los Estados, del diálogo basado en el respeto mutuo matados en la OSCE, se materializan en proyectos de cooperación mutuamente beneficiosa en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, la Comunidad de Estados Independientes, la Unión Económica Euroasiática, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la Unión de Rusia y Bielorrusia y otras organizaciones euroasiáticas que no tienen ninguna "afinidad" con la OSCE. Allí no hay "alumnos" ni "maestros", no hay prácticas neocoloniales, no hay enfoques ideologizados del tipo "estar con nosotros o contra nosotros", solo hay respeto mutuo, disposición a buscar un equilibrio honesto de intereses.
El creciente interés en tales asociaciones igualitarias se manifestó claramente en la cumbre de BRICS en Kazán y en la segunda Conferencia Internacional sobre la Seguridad Euroasiática celebrada recientemente en Minsk. Al término de este evento, Rusia y Bielorrusia propusieron la iniciativa de desarrollar una Carta Euroasiática de Diversidad y Multipolaridad en el siglo XXI. Aplaudiremos la participación en este trabajo de todos los Estados euroasiáticos que aprecien los objetivos de seguridad indivisible que resultaron inalcanzables en las configuraciones euroatlánticas en quiebra.
Estoy seguro de que el futuro pertenece a una arquitectura euroasiática común, abierta a todos los países del continente y que represente un nuevo estado multipolar del mundo. Es una lástima que los dirigentes de la OSCE y aquellos que les manipulan conscientemente dejen esta organización fuera del trabajo constructivo y del curso objetivo de la historia. Sin embargo, cada país de Eurasia tiene su propia elección soberana y nacional.