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Comentario del Departamento de Información y Prensa del MAE de Rusia con motivo del sexto aniversario del golpe de Estado a mano armada en Ucrania

322-20-02-2020

Hace seis años, fuimos testigos de los trágicos acontecimientos en la parte céntrica de Kiev que culminaron en el golpe de Estado. Esta asonada, que conmovió a fondo a Ucrania, provocó la secesión de Crimea y el conflicto armado en Donbás que dura hasta la fecha. El país se sumergió en crisis sistémica de amplia envergadura. En buena medida la provocaron e instigaron enérgicamente Estados occidentales, en primer lugar EEUU. Cuanto ocurriría en Ucrania posteriormente, no puede caracterizarse sino de interminable caos político, nihilismo legal, desenfreno del ultranacionalismo. Simultáneamente se emprendían enérgicos intentos por tergiversar la verdad, ocultar los hechos reales tras unas acusaciones infundadas. Pero los hechos son tozudos, no se los puede disimular. Tarde o temprano, la verdad se hace del dominio público.

A finales del año pasado, en Ucrania estalló un escándalo en torno a las revelaciones publicadas por la ex ministra de Justicia, Elena Lukash, en las que se denunciaban las falsificaciones de las listas de personas muertas en Maidán. Se aclaró que entre ellas figuraban personas muertas no a causa de heridas de balas recibidas durante los desórdenes, sino debido a problemas de salud. Algunas ni siquiera murieron en Kiev.

Estos días, en EEUU se estrenó el documental de Michael Caputo ‘The Ukraine Hoax: Impeachment, Biden Cash, Mass Murder’ (El Fraude de Ucrania: Impeachment, efectivo de Biden, asesinatos en masa) que denuncia con el lujo de detalle a los “titiriteros” de la denominada “revolución de la dignidad” y su trasfondo sucio. En Ucrania ya se apresuraron a prohibir su proyección y difusión en las redes sociales. Lo mismo hicieron con otras películas que versan sobre los episodios desconocidos del Maidán: el documental italiano “Ucrania, la verdad oculta” sobre francotiradores georgianos  y el filme de Oliver Stone “Ucrania en llamas”.

Una investigación objetiva de todas las circunstancias podía verter la luz sobre los trágicos acontecimientos de febrero de 2014. Pero los que usurparon el poder tras el derrocamiento del presidente legítimo Víctor Yanukóvich, tenían cosas que ocultar. Inmediatamente se pusieron a eliminar las pruebas físicas e inventar mitos sobre una “rebelión popular”.

Anteriormente, el 21 de febrero de 2014, los “vencedores” de Maidán, apenas haber suscrito con la mediación de Alemania, Francia y Polonia un acuerdo con Víctor Yanukóvich, de hecho lo convirtieron en papel mojado. Su cumplimiento ofrecía la posibilidad de arreglar la situación por vía política y acabar con la crisis. En vez de buscar fórmulas de compromiso y crear un gobierno de unidad popular, los opositores de entonces optaron por la confrontación y violencia. Todo ello ocurría con la connivencia tácita de los países europeos que actuaban como garantes del mencionado acuerdo. Como resultado, los esfuerzos por “mantener la paz” emprendidos por Occidente acarrearon graves consecuencias para Ucrania que son harto conocidas.

El año pasado, al expresar el voto de desconfianza y votar por los cambios a mejor en los comicios presidenciales y parlamentarios, los electores ucranianos dieron su evaluación al periodo de gobierno de los cabecillas de Maidán.

Los nuevos dirigentes del país supieron percibir correctamente los ánimos reinantes en la sociedad, pero de momento no pueden una alternativa y de hecho continúan la fallida línea de sus predecesores.

Muchas personas en Ucrania creían que promoviendo unas enérgicas y profundas reformas se lograría en plazos breves recuperar lo perdido. Estas esperanzas no se han justificado. El milagro no ha llegado a producirse. Las reformas eran tan lentas que más bien parecían una imitación. No se registran avances notables en la lucha contra la corrupción. Se produjo una desindustrialización. Continúa la pauperización, la atomización social y la de la despoblación. En la economía predomina el populismo. Como consecuencia, siendo hace seis años un Estado relativamente próspero, Ucrania se degradó a uno de los países más pobres de Europa. Y esta degradación continúa. Si recordamos que la consigna principal de Euromaidán era la aceleración de la integración en Europa, veremos que el resultado es más que elocuente. Nadie planea admitir a Ucrania ni en la UE ni en la OTAN.

Las violaciones masivas de los derechos y libertades del hombre, la discriminación de sus ciudadanos por razones étnicas y lingüísticas pasaron a ser algo común y corriente en Ucrania. Son objeto de persecuciones muchos medios y periodistas independientes de Ucrania. Bajo la consigna de descomunización se declaró una guerra sin cuartel al pasado heroico del país, se falsea, se tergiversa burdamente su historia.

Entre la población cunden el cansancio, la decepción y la apatía. Todo ello constituye un caldo de cultivo para los ánimos neonazis, xenófobos, antisemitas. Los nacionalistas, conscientes de su impunidad, ahora son verdaderos dueños de Ucrania e imponen sus términos a las autoridades, reaccionando duramente a la actuación interior y exterior de los dirigentes oficiales de Kiev cuando ésta no satisface sus pretensiones. Semejante situación genera serias dudas respecto a la capacidad de los dirigentes actuales de Ucrania para cumplir sus promesas electorales de cesar la guerra en Donbás y superar la actual escisión en la sociedad.

Es evidente que los sucesos ocurridos en Maidán en 2014 no trajeron a Ucrania nada positivo y sólo agravaron los problemas existentes. Para resolverlos, es preciso renunciar a la lucha contra los enemigos imaginarios y pasar al proceso de creación. De continuar aplicando Kiev la actual política confrontacionista, al país le amenaza una inevitable autodestrucción.